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15 de octubre de 2020, vizologi

Liberación; 2 años sin redes sociales.

En octubre de 2018, tras varios años de evaluación, decidí eliminar mis redes sociales, refiriéndome a Facebook y Twitter. Instagram, TikTok, Snap, etc., son plataformas en las que nunca creé un usuario, y hoy mantengo LinkedIn como herramienta de trabajo.

El factor determinante para borrar mis redes sociales, derivó de un periodo de cambios en mi vida en el que entre otros, quise revisar y enfrentar temas como el ego, la vanidad, la humildad, etc, siendo las redes sociales la antítesis de hacia donde quería llegar.

Otro cambio significativo fue el uso del celular; reduje considerablemente las horas que le dedicaba; sobre todo, me acostumbré a concentrarme en mi trabajo. Mantenía el dispositivo fuera de mi alcance, siempre guardado discretamente en un cajón y sin notificaciones.

De esta manera, reviso mi teléfono tres veces al día, por la mañana después del desayuno, al mediodía y por la noche le dedico un poco más de tiempo.

Algunas personas me comentan que siempre que llaman o escriben y no contesto el teléfono, les explico mi cambio de hábito, en el que he quitado las interrupciones innecesarias, haciendo una distribución diferente de mi tiempo.

Mi móvil no monopoliza mi agenda, al contrario, yo decido cuándo realizar mis acciones móviles como parte activa, no reactiva.

Durante el día, es imposible avanzar con las tareas del día. Cada 10 minutos, tu móvil te envía una notificación que te obliga a realizar o reaccionar a una acción específica; esto sigue siendo una adicción y un control sobre tu comportamiento como usuario.

No me considero un “hater” de las redes sociales, toda nueva tecnología tiene dos caras, la buena y la mala, ni intentaré imponeros un prisma en particular; para mí pesó más la parte equivocada de las redes que la buena.

Y tengo que decirles que durante el borrado de Facebook y Twitter, sentí una agradable sensación de liberarme de algo que no necesitaba.

Pedro Trillo – Fundador de Vizologi

No te preocupes; tus amigos, familiares y seres queridos estarán ahí cuando elimines tu Facebook. No pasa absolutamente nada a nivel social; incluso mejora las relaciones con tus amigos fuera de las redes.

El interés y la calidad del encuentro físico aumentan, además de tener mil temas nuevos de los que hablar que no has publicado en ninguna red.

Me harté de entrar a redes sociales y perder el tiempo en un muro infinito donde lo máximo que podía hacer era ejercitar el dedo con el scroll y un sistema de calificación de publicaciones —dando por hecho que el contenido que veía era “la verdad”, la que, según mis intereses, un algoritmo me recomienda en un momento determinado.

Como te comentaba, el efecto burbuja derivado de estas recomendaciones anula tu pensamiento, desactiva tu pensamiento crítico ya que refuerza continuamente lo que eres y lo que te gusta.

Cuando las áreas de crecimiento de la persona son precisamente las opuestas, en entender lo que ocurre en el otro extremo, en lo que no eres, o en lo que no te gusta.

Quería volver a los inicios que me maravillaron de Internet a principios de los 90, a aquellos tiempos en los que te conectabas a la red con un módem de 56K que por el ruido que emitía parecía llevarte a otra dimensión.

Quería volver a la raíz de hacer una pregunta y obtener una respuesta; para mí eso es lo bueno de Internet.

Ese factor de exploración, de sorpresa, de dónde voy a llegar con esa búsqueda, de aprender cosas nuevas, de sorprenderte en cada resultado ese es el poder de Internet.

En este modo de uso, yo decido activamente qué ver y qué hacer, aquí actúo, lanzo una pregunta, y obtengo millones de respuestas, siendo un arte y una habilidad cómo preparas tus preguntas, tus búsquedas, tus consultas, aquí está la esencia de la red de redes.

Al usar las redes sociales te vuelves idiota al ser un sujeto pasivo que hace scroll continuo en un feed alimentado por lo que un algoritmo cree saber de ti como persona, por unos “me gusta”, encerrándote en una burbuja de eco reverberante.

Si quieres evolucionar, no lo hagas por retroalimentación y reafirmación de lo que eres, sino por las distancias de disparidad entre tú y el que está en el otro extremo.

Detrás de estos algoritmos de recomendación no hay nada más que personas, programadores que construyen código en función de unos objetivos e intereses privados de una determinada empresa.

Ellos tendrán su sentido de la ética, del bien y del mal, pero el algoritmo no llega a tanto, no tiene ese concepto de esto es ético o no.

Son simplemente reglas codificadas por un humanista, ni humanista, ni filósofo, ni historiador; son programadores de códigos.

Por eso es tan esencial que estos algoritmos formen parte de la definición de perfiles humanísticos. Aplican la ética; su trabajo tiene un enorme impacto global en la conciencia de las personas.

Debe haber alguien que vigile los sobrevaloramientos y la ética sobre la tecnología que desarrollan las redes sociales.

Plataformas como Facebook trascienden el ámbito privado. Si tienes 2 mil millones de personas conectadas en una red, es lamentable pensar solo en anunciarse y ganar mucho dinero. Hay un bien mayor que la simple monetización.

Hay mayores valores trascendentales y comunitarios sobre qué hacer cuando se tiene, en un solo lugar, a toda la comunidad global.

Es un poder inmenso, impredecible y descontrolado, sin pararme a pensar que es excepcional; mantuve una gran admiración por Mark Zuckerberg, pero después de entender bien lo que pasó con el escándalo de Cambridge Analytics.

Decidí y dije que no quería ser parte de esa plataforma ni de ese circo y entonces borré todos mis datos.

El problema es que estamos dejando en manos de un puñado de diseñadores, tecnólogos y programadores cuestiones extraordinariamente importantes para la condición humana: valores como la libertad, la ética, la igualdad, la religión, la globalidad o el nacionalismo, están siendo pervertidos en un debate ligero, difuso y ruidoso dentro de una cámara digital reverberante.

Siendo el que más paga por la publicidad, el que siempre gana el juego para extender su manipulación y polarización según sus intereses particulares.

pedro trillo – Fundador de Vizologi

Todavía están asimilando lo que significa conectar a más de 2 mil millones de personas en una red social. Sin embargo, no necesitan un criterio objetivo para manejar ese poder que han alcanzado de forma tan sorprendente, inesperada y rápida; son humanos y, como todos, tienen sus fallos.

Ningún manual te dice qué hacer cuando llegas a los 2 mil millones de usuarios de tu plataforma digital; entrarás directamente en un modo aleatorio e impredecible de lo que puede pasar dentro de ese efecto de red social, ni el propio Zuckerberg sabrá qué puede pasar con Facebook en 10 años.

Se necesitarán toneladas de IA para predecir reacciones y eventos imprevistos dentro de esa red; pretendía hacer una red social en un campus universitario, no conectar a todo el planeta teniendo en sus manos las grandes cuestiones de la civilización.

Pero el punto es que estas plataformas pueden cambiar la base de la democracia, pueden controlar a los individuos, pueden manipular las conciencias, pueden polarizar el discurso, pueden dividir a la gente, pueden anular su espíritu crítico, pueden afectar su concentración o simplemente pueden hacer perder su tiempo.

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